Hace un tiempo leí un articulo que decía ; "Encuentran una carta de amor de hace 300 años, parece que de un amor imposible, inconcluso, torturado"
Debió ser esa carta que todos hubiésemos querido escribir o quisiéramos recibir y de las que hubiésemos leído y releído mil veces para encontrar respuestas al abismo porque siempre nos preguntamos ¿por qué? ¿por qué?... Debieran haberme escrito al menos una vez una carta de amor. Una carta afectada, excesiva, deliciosa. O en su defecto hoy en día un tuit amoroso, una entrada dedicada, o el pensamiento peregrino en facebook que se ilustra con canción, con foto, con video de You Tube que lleva a toda velocidad al pasado imaginario, a un bar, a un lugar prohibido, conocido y en clave, donde suspirar una y otra vez de forma evidente en esa exhibición tan insustancial como necesaria que nos gusta hacer de lo cotidiano. Hasta el ridículo si es preciso en tal de proclamar que hemos enloquecido (yo por ti y tu por otra) Es así.
Suspirar de amor, más o menos entrecortadamente, castamente, infructuosamente. Correr bajo la lluvia, entrar en un ascensor a toda prisa buscándole, saborear el silencio, compartirlo. Regalar orquídeas con tarjeta, poner post it dentro de la nevera, pétalos de rosa, enfriar el vino, amar de forma litúrgica, cursi, agitada. En cualquier modalidad de acaloramiento, en cada mentira piadosa hay unas palabras enlazadas en un orden que sí altera el resultado final.
Sabes que hay cartas que envejecen mientras las escribes, cartas que nunca envías, sus sílabas se marchitan y se caen dejando un rastro de letras envejecidas, de sentimientos anquilosados, irrecuperables. Si pudiésemos cambiar el momento en el que no mandamos esa carta, si tuviésemos el valor de regalar versos , cualquier día habría una parte de nosotros más brillante, jubilosa, frenética. Poemas, flores, melodías, sonrisas, besos, abrazos. Para que dentro de 300 años alguien se devane los sesos reconstruyendo una historia hermosa o canalla, de la que no se pueda conocer el final, con nuestras caras congeladas con gesto de absoluta felicidad, mirándonos, de espaldas al precipicio.
Sabes que si la historia es buena, no tiene final.
Al menos eso dicen...
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