Dicen que la distancia es el olvido pero yo no concibo esa razón, porque yo seguiré siendo la cautiva de los caprichos de tu corazón…
Pues así es… La distancia no es olvido.
Hay distancias distantes y hay distancias cercanas, hay distancias medibles y hay distancias que no se miden… La distancia según sea es la que se pone uno mismo.
Hay distancias enormes, hay distancias que apenas se perciben, y hay distancias que…
Y dicen que la medida del amor es amar sin medida, es no ser distante en la distancia, pero no es más que un decir. La realidad es que la falta de mesura en el amor saca de quicio a cualquiera.
Tener una amiga con una insultante femineidad es una tortura… escuchar sus interminables relatos de relaciones truncadas, la historia del novio casado que nunca se divorcia, la del amante que no quiere compromisos, la del que vive con la madre o la del que se asustó y huyó. Sin embargo, todas atravesamos fases de reiterativo patetismo y nostalgia, y por ello tenemos que escuchar.
Hace unos años, descubrí un tipo de amiga que necesitaba demasiada atención, demasiados abrazos, demasiados consejos; una amiga que, precisamente, tiene un problema con la cantidad y con la distancia…
Un día, Cristina, llegó con una sonrisa idiota en la cara y un temblor adolescente en todo el cuerpo. Esa tarde, la escuchamos con el hartazgo silencioso de quien se resigna;-“Creo que estoy enamorada”-, y como siempre, después vino el festival del delirio, en el que no faltaron fantasías con bodas relámpago, vendettas familiares o disculpas con serenatas.
Normalmente tragábamos saliva escuchando sus anhelos fantasiosos y jamás censurábamos sus bobadas imposibles.
Sin embargo, esta vez fue especial; a pesar de que sus novelas delirantes nos tenían hartas.
La medida de su amor no tenía medida ni distancia…
Ese día nos dimos cuenta que Cristina, nuestra amiga enamoradiza y soñadora, era en realidad una acaparadora, una torpe coleccionista de amoríos unilaterales, y esta revelación nos planteaba una disyuntiva, elegir entre su amistad o una posible relación.
Como Cristina, una amiga acaparadora es aquella que cree que todos los hombres que acaba de conocer son el amor de su vida; amor que nos confiesa como si revelase algo insólito e inesperado. Confesión que funciona como una cláusula preventiva, una orden de restricción amorosa… como ella lo vio primero no podemos mirarlo. Aún si, nos enamoramos, a pesar de que él nos corresponda, y aunque sea la primera vez que nos pasa… Es de ella; aunque él no la conozca. Ella era la prioridad, porque lo vio primero, a ese y a todos los demás.
No obstante, todo este circo hubiera podido ser divertido, o cuando menos pintoresco, si no hubiera sido por sus absurdas represalias. Para Cristina, no era suficiente someternos a un celibato involuntario. Una sonrisa sospechosa o un gesto cortés eran un pasaje directo al infierno. Si teníamos la trágica suerte de que su amor nos cortejara, inmediatamente podíamos sentir sus ojos clavados en la nuca, o el clamor de sus esperanzas sonando en los pasillos. Sus juegos justicieros se escuchaban en cada línea de teléfono.
También fuimos víctimas de misteriosos silencios. De repente Cristina desparecía o dejaba de llamar. Unos años más tarde leímos su diario, un reality privado, lleno de hombres buenorros, tórridos romances y malas intenciones. Recreamos la infinita historia de sus amoríos frustrados y sus ilusiones atragantadas, supimos de todas las que iban con tanga o sin el a clase a propósito, de las que sonreían demasiado (a propósito también), de Román, de Miguel, del profesor de lengua, del primo de Juan, de David y su hermano, de Antonio cuando se dejó el pelo largo.
A esa altura, ya habíamos conocido acaparadoras en todos lados. Las habíamos abrazado, escuchado, ignorado, burlado y odiado.
Porque existe una medida para amar, y hay que medir siempre las distancias.
Lo demás son boberías que con el paso del tiempo y tomando distancia, las ves como simples anécdotas de una vida con amigas de paso de las que aprendes a ser como hoy eres…




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