miércoles, 14 de mayo de 2014

Sin adornos


Estamos y estaremos (que es lo peor de esto) infinitamente equivocadas…, todavía creemos que una gran historia de amor consiste en pelearse y reconciliarse, separarse por el trabajo, traicionarse y perdonarse o que exista una de a tres.

En el fondo, creemos que el amor con todas las letras debe ser complicado o imposible, y que los hombres que valen la pena son aquellos que nos provocan llorar.


Equivocadas seguimos  y nos lastimamos persiguiendo la crudeza, la pasión descontrolada, las palabras duras y el conflicto interior; pero la felicidad no llega hasta que comprendemos que el amor es el equilibrio y  la complicidad del tiempo, los gestos tibios, la presencia constante y la memoria compartida.

Todos los días, cuando alguien cree que el amor es ropa tirada por la ventana…otro amor se muere.

El romanticismo es otra cosa…es el hermano mongólico del amor. Es agregarle azúcar al té, es la barita de un mago ,el marketing de la cita, la luna premeditada. Es poner música suavona, apagar la luz para encender las velas y regalar flores envueltas en celofán.

En cambio, el  amor  no necesita de adornos o aniversarios, prescinde de anillos y detesta las serenatas y las burbujas del champagne…mientras el romanticismo se empeña en decorar las noches con su magia detestable y sus postres empalagosos, el amor crece al costado de una maceta o en las esperas que nadie recuerda.

El romanticismo habla mal del amor. Como un poeta tartamudo, un pariente latoso, una vieja pintarrajeada.El romanticismo es el defecto cursi y de los amantes sin paciencia.

Y los veo…ellos dos, tan casados, tan felices, tan unidos, decían tanto “nosotros” que asustaba. Todas las derrotas les parecen hermosas, porque él es ella y ella es todo.

Me temo, que nunca me sucederá a mí, y se me clavan mil puñales...

Y yo también quiero todos los fracasos, la memoria incompleta y los recuerdos a medias.
Y me odio, por elegir los caminos que me llevaban a ser nada... Nada para mí, y nada para nadie...


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