Hacía mucho frío, caminaba sola por un camino desierto de gente, tan solo circulaba algún coche que otro que intentaba llegar a la montaña para ver la poca nieve que había dejado la noche anterior la fina lluvia que cayó en la ciudad.
No llevaba ni cinco kilómetros caminando, cuando me crucé con una persona que iba en la misma dirección que yo. Hacia tanto frio que iba abrigada con todo tipo de ropa, incluido un gorro de lana. Aquí no solemos llevar gorros. Me gustan mucho, tengo algunos, pero solo me los pongo en ocasiones como esta, ya que ir con gorros o sombreros no es costumbre en este lugar. Por eso me gusta ir a las grandes capitales en invierno, allí es cuando puedo lucir mis sombreros y mis gorritos de lana de todos los colores combinables con mi ropa.
Aquella persona, era un chico, entre 40 o 45 años aproximadamente, la verdad es que ahora es muy complicado sacar la edad de la gente tan solo por su aspecto. Hay personas que aparentan la edad que tienen y otras que simplemente parecen mayores o menores. Todo es según les trata el tiempo y la genética.
Aunque siempre dije que las mujeres tenemos tres edades, la que aparentamos, la que decimos tener, y la que realmente tenemos.
Al chico en cuestión le dejé atrás en mi caminar, yo caminaba más rápida que él, era por el frio, no me podía detener, si lo hacía mis pies quedarían fríos y eso es algo que me mata.
Le llevé tras de mí durante más de media hora, empecé a preocuparme, aquel sitio tan alejado de la ciudad, las nubes amenazaban tormenta, daba la impresión de que si comenzaba a llover, nevaría de nuevo. Me hubiese gustado, pero me daba miedo estar tan sola allí arriba y con aquel chico al que no conocía de nada siguiéndome casi todo el camino.
Seguramente, no me seguía a mí, tan solo llevaba la misma dirección que yo.
Decidí dar la vuelta y regresar al lugar donde había aparcado el coche, se hacía tarde y pronto anochecería, me quedaba mucho camino todavía. Cuando te pones a caminar y tu mente va pensando en millones de cosas no te das cuenta del recorrido que llevas.
Doy la vuelta, a unos cien metros ya me encuentro de frente con él, era alto, de tez morena, ojos claros, y de complexión fuerte. Intuí que hacía bastante deporte, pero; ¿Qué haría un chico como ese caminando en vez de hacer footing?
Cuando llego a su altura, me saluda, le devuelvo el saludo y me detiene con unas palabras.
-Señora, por favor, ¿me permite que la acompañe a donde tiene usted el coche?, está anocheciendo y no me gustaría que le pasara nada por estos caminos, quizá se pierda en algún cruce y tenga algún problema con los animales de la zona que suelen salir por la noche, además hace mucho frio y está a punto de llover-
Es ese momento, me quedé en...encefalograma plano, no sabía si aquello que decía era de corazón, o tal vez era una estrategia para… ¡Dios mío , me está entrando el pánico ¡
Si le digo que no, allí mismo me hace cualquier cosa, si le digo que sí, le estoy dando el pasaporte para que entre en un territorio vedado.
O tal vez, simplemente es cierto que aquel chico lo único que pretende es acompañarme y punto.
Decido dejarme llevar, y le digo que le dejo acompañarme, le explico que sin apenas darme cuenta había andado más de lo normal y que se me había pasado el tiempo. Me arriesgo.
Durante el camino me da charla, no era español, lo cual me hace sentir un poco de miedo, pero soy una confiada, y nunca pienso mal… aunque debería desconfiar más a menudo.
Me he acostumbrado a ir sola a todos los sitios, voy sola al cine, a comer, de compras… solo alguna vez que otra me voy con las chicas .He de decir que casi todas mis amigas tienen pareja, por lo tanto soy un cazo… no tengo tapadera.
Me dice su nombre, y comienza a contarme que pasea por allí habitualmente, que no vive lejos y que conoce bien el lugar, lleva en España unos cinco años, y que me conocía de vista, el era, bueno es, de Puerto Rico.
Le comento que yo tengo allí viviendo a unos amigos cubanos, y poco a poco mantenemos una charla, él me cuenta un poco de su vida y yo, otro poco de la mía, se gana mi confianza a los dos kilómetros del recorrido.
Al mismo tiempo voy pensando que lo que estoy haciendo es una locura, le estoy dando charla a un desconocido, que no sé si llama de verdad como me ha dicho, ni sé nada de él, pero… ¡Qué narices! así es la vida, nunca sabes con lo que te tropiezas.
Hagamos las cosas bien o mal, van salir como a los demás les dé la gana.
Llegamos casi de noche al lugar donde tenía el coche, le doy las gracias por acompañarme y le digo si quiere que le lleve algún sitio… Me dice que no, que está cerca de su casa, que ha sido un placer la charla y la compañía. Me da su teléfono, no me pide el mío…y yo no se lo doy.
La tarde ha sido fría, ha merecido la pena caminar un rato. Después de mi aislamiento de los últimos meses me doy cuenta de que hay mas mundo que el trabajo y mi casa… que no se puede vivir de los recuerdos, que los momentos vividos, ya se han vivido y que otros que están por llegar.
No ha sido nada especial, nada anormal, pero me ha servido para salir de la muralla que había construido, y si no salgo del castillo jamás encontraré nada más allá del paisaje que tengo día a día, paisaje el cual, me sé de memoria…
Hay otros caminos, hay un mundo ahí fuera que me está esperando…
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