lunes, 6 de enero de 2014

Aquellas cartas...

Hoy, día en que nos juntamos en casa todos para recibir los regalos de Reyes, tuve que ir al trastero para recoger algunos regalos que allí se guardan hasta el día esperado por todos .
Casualmente,encontré enseres míos cuando revisé aquellos estantes. Mis cosas de hace años, mis trastos como dice mi madre.
Cuando todo el mundo se fue, no pude remediar volver a aquel trastero que tanto miedo me dio antaño. Y allí estaba…

Hacía demasiado tiempo que no abría aquel paquete, estaba tan lleno de papeles que me daba miedo saber que había en su interior. Descansaba colocado en un pequeño estante del trastero de casa de mamá. Aquellos estantes estaban llenos de oxido  por el paso del tiempo y del olvido guardaban en su interior algunos tesoros de la infancia, además de tener cosas de la madurez las cuales no cabían en casa.

Cogí con mucho cuidado cuanto había guardado en él, y me senté en una silla ante una  mesa que estuvo de adorno en el comedor de la casa y ahora está polvorienta y arrinconada en una esquina.

Coloqué alineados los distintos objetos ante mí, y puse sobre la mesa los papeles, formando un pequeño montón de hojas repletas de escritos.

Cuando las imágenes que todo aquello se apoderaron de mi mente y mi añoranza se convirtieron en lágrimas, pensé en no abrir nada de todo aquello y tirarlo sin más. 
Pero… la curiosidad pudo más y  empecé a leer los textos. Comencé  a sentir un pálpito al recordar el inicio de la siguiente frase tras el final de la anterior. Y a conocer el significado de cada palabra contenida en ellas. Pues mías eran, mías fueron, y mías son por mucho que cambie, o por mucho que el tiempo pase.

Esas son mis cartas perdidas, cartas enviadas y cartas devueltas... cartas nunca recibidas.
Cartas leídas, cartas rechazadas, cartas ignoradas, cartas sin destino, cartas sin sentido.
Pero todas ellas, por alguna razón, escritas. Siempre por alguna razón... para alguien.

¿Han escrito alguna vez una carta intentado transmitir en ella aquello que no sabes expresar con la propia voz? Resulta, en muchas ocasiones, difícil. Incluso frustrante.

Pero a menudo, es todavía más difícil que una carta, una vez terminada, llegue a su destino.
Sobre todo, si ese destino no es una ciudad, un pueblo, una calle, una puerta, un número... sino un corazón.

Con el tiempo he aprendido que los corazones no tienen una dirección a la que enviar esas cartas, ni un buzón en el que recibirlas. Tampoco puedes echarlas por debajo de la puerta, pues este tipo de puertas cuando están cerradas jamás dejan un resquicio por el que permitir entrar, siquiera, un sentimiento. Mucho menos todos aquellos que están guardados en sobres sellados.
Y así, son muchas las cartas que se extravían.

Terminé pasada la mañana, con la última frase y la última despedida de la última carta, escrita en aquel entonces con un atisbo de ilusión.

Cogí el montón de papeles y fui a la parte trasera de la casa, donde una hoguera preparada para una barbacoa ardía alegremente. El cielo estaba azul, y un sol radiante lucia en el.

Una a una, fui doblando las hojas y convirtiéndolas en pelotas de papel como hacía de pequeña. Cuando terminé, comencé a lanzarlas contra la hoguera, una a una.

La mayoría caían de pleno en ella e inmediatamente ardían, convirtiendo en cenizas algo más que palabras, ignorantes de que una parte de ellas se había prendido e iban consumiéndose poco a poco, perdiendo letra a letra todo el sentido que un día pudieron tener. 

Y así, una a una han desapareciendo todas las cartas, las palabras que nunca supe pronunciar, las frases que nunca pude decir, aquello que tan sólo logré escribir.

Quedó al final de lo que fue el montón de papeles, una hoja en blanco amarillento por el tiempo pasado en el viejo paquete y sobre una mesa de madera de jardín entre el olor a humo, me dispuse a escribir. 

"He aquí una remitente sin sentido, he ahí un destinatario sin destino de… cartas perdidas"



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