jueves, 5 de marzo de 2015

No sé...

Aquella era una terapia  esencial pero hace tiempo que dejó de causar efecto. Al principio era una especie de alivio, pero al poco dejó de ser efectiva, aunque necesaria. Pero como ocurre con tantas cosas, terminó.
En la oscuridad de la noche aquella esfera de cristal de la repisa reflejaba unos rayos de luz de luna, esa luna llena  que tanto hipnotiza…Quizá presagie un bonito día, otro día más de tantos.
Y mientras tanto, miro por la ventana y  veo la última gota que se desliza por el cristal empañado dejando un rastro de ausencia, mientras el viento acaricia las hojas recién lavadas de los árboles.
Quisiera la suerte de tener un abrazo de los de verdad, de los que hacen sentir, pero como a menudo pasa con estos, nunca llega. Menos aún cuando más necesario es.

Me  marcharé un día como hoy, un día como cualquiera, para no volver. Y será duro al principio, quizá también al final. Y entre ambos, aún pasado el tiempo estaremos sin comprender…no entenderemos el por qué.
A lo irracional de una elección difícil le bastan unas pocas comparaciones para que lo peor no lo sea tanto, ni lo mejor tampoco. 
Al final, es el corazón el que te hace seguir adelante, y una sonrisa casi siempre aparente la que engaña al espejo cada mañana.
Así,  como un río, la tormenta se alejará por fin e irá a  buscar el mar, atravesará el puente, resistente aún, verás como pasa bajo el la crecida desbordante.
Pero el agua, termina en calma tarde o temprano y será un espejo en el que se reflejará el final del otoño.
Y con él, llegará también el final del relato, la última hoja caída de un árbol caduco.
Los peldaños mojados de mi casa, no esperan a nadie esta noche, ni mañana por la mañana. 
Como aquella mirada, que apenas tuvo primavera.

Así como cuando un segundo es demasiado tiempo y la eternidad un efímero instante.
Aquí siempre estará la  puerta entreabierta como si fuese  una habitación cualquiera,  como si fuese un corazón cualquiera.

Amanece. 

No sé si levantarme, o esperar...




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